Un universo entero

Hay un universo entero entre las cuatro esquinas de tu dormitorio.

Ya te he dicho un par de veces que pintes estrellas en el techo que nos hagan compañía mientras volamos sin movernos del sitio.

Tú dices que es mi reino, mi conquista, pero estas galaxias son de los dos.

Todos tus mundos nadan por allí, mientras yo paseo entre ellos y tus dedos pasean sobre mí y sobre las cuerdas de tu guitarra.

Nos aguantamos la mirada como en un duelo y te digo «no me gusta que me miren» y respondes «no puedo dejar de mirarte».

Y todo de puertas para fuera desaparece.

Y quedamos tú y yo nadando en este universo que bien cerrado parece infinito  y más que suficiente, sin que sobre nada que no sea ese reloj y el despertador mañanero que separa dos cuerpos que no quieren separarse.

Hay un universo entero entre las cuatro esquinas de tu dormitorio.

Y desde allí el mundo de fuera se ve muy pequeñito.

Porque en un mundo tan pequeño no se puede volar bien, porque aterrizar sólo me gusta cuando es en tu colchón.

Porque las cosas infinitas duran poco tiempo, y eso asusta.

Así que quédate y seamos infinitos en este universo que algún día se escapará por debajo de la puerta, el día que la abras para que yo no vuelva.

 

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